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Início > Justice in the XXI Century: A Perspective from Latin America (JUSTLA)

Cambio climatico y Emergencia Alimentaria. Una Lectura Filosofico-Politica

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Vincenzo Maimone[1]

10 de dezembro de 2025

***

Este escrito compõe a Série Especial do Boletim Lua Nova, em conjunto com pesquisadores e pesquisadoras vinculados à rede internacional Justice in the XXI Century: A Perspective from Latin America (JUSTLA). O projeto, coordenado pela Universidade de Catania (Itália) e financiado pela União Europeia no âmbito da ação HORIZON–Marie Skłodowska-Curie Staff Exchanges, reúne 148 integrantes de 18 instituições da América Latina e da União Europeia.

Os escritos são um convite a atravessar diferentes territórios do conhecimento para (re)pensar a justiça no século XXI. Ao longo da série, o JUSTLA promove um diálogo entre pesquisas desenvolvidas em diferentes contextos e abordagens, de modo que o leitor e a leitora poderão acompanhar um movimento no qual ideias, contextos e práticas se entrelaçam para reinventar, no presente, o sentido da justiça. Os textos do Especial podem ser conferidos aqui.

***

Cambio Climático: un enfoque sistémico

Hay tres supuestos fundamentales que deben destacarse antes de profundizar en el análisis de la relación entre el cambio climático y la crisis alimentaria.

El primer supuesto es que el cambio climático es un hecho. Esta afirmación puede parecer superflua y obvia, pero en realidad constituye una premisa esencial para abordar esta cuestión. Decir que el cambio climático es un hecho es simplemente afirmar que los estudios, observaciones y descripciones relativos a este fenómeno no son meras hipótesis nacidas de una narrativa apocalíptica, sino el resultado de un enfoque científico serio, riguroso y, sobre todo, incuestionable. Basta analizar la gran cantidad de datos relativos a los cambios en la temperatura del planeta y la incidencia de fenómenos extremos, limitándonos a unos pocos ejemplos paradigmáticos, para comprender la urgencia del problema, su gravedad y la necesidad de un enfoque científico riguroso.

Resulta ciertamente extraño tener que partir de tal premisa. Sin embargo, en tiempos en que el enfoque científico se ve sometido a constantes ataques, cuyo objetivo es, entre otras cosas, socavar la autoridad de los científicos en favor de la legitimación política de decisiones altamente invasivas para el ecosistema, esta suposición resulta ser un principio innegociable.

Esta última consideración proporciona el punto de partida para el segundo aspecto fundamental que define los límites del análisis que pretendemos realizar aquí: el cambio climático tiene un origen antropogénico. Más claramente, el comportamiento humano está en la raíz de las variaciones de los ecosistemas y es la principal fuente de estrés subyacente al cambio climático. La superposición de decisiones económicas y políticas contribuye a modificar e introducir elementos variables que influyen en los procesos naturales: las políticas industriales, extractivas, agrícolas y de infraestructura impactan y remodelan el paisaje, y todos estos aspectos inciden en la capacidad de resiliencia del ecosistema.

Tomar en serio esta premisa significa, ante todo, abordar la cuestión del cambio climático comprendiendo plenamente la complejidad del sistema mundial y la interdependencia de diferentes factores, tanto ambientales como políticos. Por lo tanto, se requiere asumir la responsabilidad que surge de comprender la estrecha conexión entre acciones y consecuencias. Desde esta perspectiva, el paradigma epistemológico que debe adoptarse es el de la complejidad y la interacción entre sistemas. Y este aspecto refleja la trascendencia política que caracteriza la cuestión de las consecuencias del cambio climático.

En ultimo lugar, para introducir la premisa fundamental final, debemos comenzar con una pregunta sencilla: si aceptamos la idea de que existe un vínculo directo entre el comportamiento y las decisiones humanas y el cambio climático, ¿por qué nos enfrentamos a una crisis y una emergencia? ¿Por qué no intervinimos antes? O, aún más dramático, ¿por qué no se interviene todavía? ¿Por qué retrasamos decisiones capaces de revertir un proceso cuyas consecuencias serán, sin duda, devastadoras?

Las respuestas a estas preguntas revelan que el cambio climático es también, pero no solo, una cuestión de justicia distributiva.

Si bien es cierto que el cambio climático ha tenido, sigue teniendo y seguirá teniendo consecuencias decisivas a lo largo del tiempo en las condiciones de vida y los hábitos de las poblaciones mundiales, también es cierto que estas consecuencias han tenido, siguen teniendo y tendrán diversos grados de impacto en ellas. En algunas zonas del mundo, los efectos del cambio climático abren la puerta a nuevas oportunidades de crecimiento y desarrollo; en otras, sin embargo, estos cambios revolucionan radicalmente la vida, a menudo provocando el desarraigo y el abandono forzoso de las poblaciones afectadas.

Desde esta perspectiva, por ejemplo, la migración ambiental proporciona un elemento adicional para la reflexión sobre los efectos sociopolíticos del cambio climático. Además, existe una actitud adicional representada por una especie de indiferencia ante las consecuencias de las decisiones políticas y económicas sobre el cambio climático. Una distancia mesurada, una falta de atención o quizás simplemente una incapacidad para comprender la naturaleza sistémica y compleja de nuestras interacciones con el mundo circundante. Este enfoque distante puede interpretarse de manera diferente dependiendo de si uno reflexiona sobre su actitud hacia el medio ambiente, entendido como un lugar físico, o si uno se centra en las formas en que se reconocen la dignidad y el valor existencial de los demás cohabitantes del mundo. Aquí también, hay una variedad de posibles interpretaciones del problema. Podemos considerarlo como el producto cultural de una política colonial persistente: la exhibición de la superioridad de los valores occidentales. O, de forma más general, como la afirmación de la primacía, de un derecho pleno y absoluto de propiedad sobre los recursos naturales.

El antiguo conflicto entre el Norte y el Sur global aún parece dominar la escena global. Esta política de dominación influye en las decisiones políticas basadas en la ventaja económica e impone decisiones cuyo impacto en el territorio nos acerca cada vez más a un punto de no retorno.

Las posibles interpretaciones de este supuesto derecho de preferencia sobre la propiedad y las personas demuestran la necesidad de abordar esta cuestión desde una perspectiva que tenga en cuenta la relevancia sistémica de las dimensiones política, económica y social.

Desde esta perspectiva, analizar la relación entre el cambio climático y la crisis alimentaria permite una evaluación exhaustiva de las consecuencias de la interacción entre los enfoques científicos, las implicaciones políticas y las estrategias económicas.

En 1962, Rachel Carson, con su triste ensayo “Primavera Silenciosa”, conmocionó la conciencia estadounidense ante las devastadoras consecuencias ambientales que el uso de DDT y pesticidas estaba teniendo en el típico paisaje rural de la América provincial. Las sustancias químicas presentes en estos productos, con el tiempo, habían causado peligrosos efectos secundarios, como el adelgazamiento de las cáscaras de los huevos de las aves, lo que redujo drásticamente sus poblaciones; habían diezmado a las abejas y, en un efecto dominó, habían reducido la fertilidad y la productividad de los campos. De hecho, la reducción de la población de aves había provocado la proliferación de parásitos vegetales, al igual que la desaparición de las abejas había reducido drásticamente el proceso de polinización y reproducción. El mérito del ensayo de Carson no solo residió en despertar la conciencia ecológica de los estadounidenses, sino en centrar la atención en la interacción e interdependencia que regula todo el ecosistema.

Sesenta años después, nos encontramos ante una nueva emergencia global. Sesenta años después, aún no hemos desarrollado una clara conciencia ecológica ni comprendido el delicado equilibrio que rige cada componente individual del ecosistema.

Mientras escribo, el huracán Melissa azota Jamaica con una violencia sin precedentes, mucho mayor que la del huracán Katrina, que devastó Nueva Orleans en 2005. El aumento de la frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos es un síntoma de la crisis que enfrenta todo el ecosistema. El cambio climático está transformando el paisaje en el que vivimos, revelando sus aspectos críticos y debilitando cada vez más la tolerancia del planeta a tales fenómenos. En algunos casos extremos, la capacidad de resiliencia se ha agotado, lo que ha provocado la desaparición de elementos del ecosistema: la extinción de plantas y animales incapaces de afrontar tales cambios.

La identificación de un valor umbral ha alimentado el debate a lo largo de los años sobre la estrategia adecuada para reducir el impacto del cambio climático y, de ser posible, implementar prácticas virtuosas capaces de revertir la tendencia del calentamiento global. Este intenso debate ofrece varias ideas para la reflexión, tanto desde una perspectiva puramente científica como en relación con la naturaleza política de las cuestiones ambientales. Desde esta perspectiva, la definición de un umbral proporciona perspectivas interesantes sobre cómo se percibe la urgencia de las soluciones y la gravedad del impacto del cambio climático en la vida de las personas.

El Acuerdo Climático de París de 2015 fijó este umbral muy por debajo de los 2 °C con respecto a los niveles preindustriales, y los firmantes de dicho acuerdo se comprometieron a adoptar medidas para limitar este aumento a 1,5 °C con respecto a los niveles preindustriales.

Es a partir de esta consideración —es decir, de cómo se percibe el impacto y la relevancia de este umbral— que el análisis de la cuestión ambiental requiere una perspectiva más amplia, un cambio radical en la observación. El enfoque científico, necesario para evaluar la eficacia y la coherencia de las soluciones propuestas, debe complementarse con un análisis político: la reflexión sobre cuestiones de justicia y el reconocimiento de la dignidad humana y los derechos fundamentales.

La misma consideración puede hacerse respecto a las consecuencias de lo que se ha denominado la Revolución Verde, es decir, la imposición de la agricultura industrial.

El cálculo de costos y beneficios, la medición de la eficiencia de las políticas económicas, introduce, de forma más o menos directa, formas de exclusión social y determina, con juicios irrevocables, el destino de individuos que pueden ser sacrificados en el altar del mercado global y la especulación financiera. Y este método de toma de decisiones tiene poco que ver con las cuestiones climáticas.

De esta consideración se desprende que desarrollar una reflexión cuidadosa sobre las causas y consecuencias del cambio climático requiere un enfoque sistémico. Esto significa, en términos más simples, que la observación por sí sola, el mero estudio de los fenómenos climáticos, no es suficiente para describir su impacto en la población, y mucho menos para ofrecer una representación clara de cómo se perciben.

Para ampliar la perspectiva, es necesario considerar la especificidad del contexto, en términos políticos, sociales y económicos. Eventos similares en diferentes contextos y latitudes producen efectos y se experimentan de maneras completamente distintas. Esta especificidad explica la profunda influencia que la dimensión política del fenómeno tiene en su interpretación, en términos de percepción y concienciación del riesgo, vulnerabilidad y capacidad de recuperación y resiliencia.

La emergencia alimentaria está estrechamente ligada al desarrollo de la especie humana; es parte esencial de su trayectoria evolutiva. El sustento alimentario es la piedra angular en torno a la cual gira la vida de un individuo o una comunidad.

Así, uno de los objetivos que la especie humana ha perseguido incansablemente a lo largo de su dilatada historia evolutiva ha sido asegurar un acceso adecuado a los recursos alimentarios. En general, la disponibilidad de alimentos reduce la incidencia de enfermedades y proporciona un apoyo estable para el desarrollo y el crecimiento, tanto individual como colectivo.

En este contexto, el desarrollo de la agricultura ha desempeñado un papel fundamental tanto en el acceso a los recursos alimentarios primarios como, antropológicamente y, por qué no, epistemológicamente, como expresión de la capacidad de moldear y adaptar el entorno externo a las necesidades vitales de la especie humana. La antigua historia de la transición de recolectores a agricultores ilustra la importancia evolutiva de adquirir habilidades relacionadas con la producción agrícola. Se trata de una riqueza de conocimiento y experiencia indeseable que podría constituir una piedra angular en cuestiones relacionadas con el cambio climático, la protección de los ecosistemas y, en general, el propio desarrollo humano.

La Revolución Verde. El espejismo de la productividad

Desde 1940, el modelo de producción agrícola que se ha consolidado y extendido globalmente fue el introducido por Norman Borlaug y definido, no sin cierta ironía, como la Revolución Verde.

El objetivo principal era aumentar los niveles de productividad mediante la selección de semillas de alto rendimiento combinadas con el uso de fertilizantes y pesticidas, con el fin de reducir el riesgo de plagas, enfermedades, etc.

Quisiera centrarme por un momento en un aspecto relacionado con la naturaleza del paradigma conceptual dentro del cual se desarrolló el modelo de producción de la Revolución Verde. Esta es una digresión necesaria, ya que define significativamente tanto el marco intelectual que subyace al enfoque de la productividad como el tipo de relación que se establece entre los seres humanos y el medio ambiente. En resumen, la Revolución Verde es producto de una lógica bélica. De hecho, lo es, ya que los productos químicos utilizados para combatir plagas y enfermedades no eran más que una reutilización civil de la química empleada para fabricar explosivos y armas químicas, que había quedado sin utilizar al final de la Segunda Guerra Mundial.

Pero también presenta fallas conceptuales, ya que interpreta la relación entre la humanidad y el medio ambiente como un estado de conflicto perpetuo en el que las tierras agrícolas, como las primeras líneas de una guerra, deben conquistarse poco a poco, demoliendo y eliminando a todo enemigo potencial. Es una guerra sin fin, en la que la retirada o cualquier intento de negociación con el enemigo es imposible.

Sin embargo, esta estrategia es miope y potencialmente dañina porque se basa en supuestos erróneos y en un enfoque incapaz de comprender el valor esencial de la biodiversidad y su contribución a la mejora ambiental.

Para comprender mejor las limitaciones del enfoque impuesto por la Revolución Verde, es necesario tener presente el papel que desempeñan las interacciones sistémicas en la relación entre los seres humanos y el medio ambiente. Un cálculo correcto de la capacidad productiva real del modelo agrícola convencional debe considerar todas las variables que intervienen de forma diferente en el sistema. Esto implica tener presente, en cada etapa del proceso de producción, la relación entre costes y beneficios, así como el impacto que ciertos métodos de cultivo tienen en el sistema ambiental. Si aceptamos este enfoque sistémico, la respuesta a la pregunta sobre la productividad real del modelo agrícola convencional ya no es tan obvia.

De hecho, si se analiza con más detalle, las magníficas y progresistas perspectivas anunciadas por la Revolución Verde corren el riesgo de verse socavadas si no se cumplen ciertas condiciones fundamentales para un crecimiento efectivo de la productividad. Y es este aspecto el que, en última instancia, desencadena procesos regresivos que exacerban los efectos y las consecuencias del cambio climático y afectan gravemente a la propia población.

La necesidad de un cambio de paradigma en el sistema de producción y en nuestra actitud hacia las cuestiones ambientales y socioeconómicas está vinculada al hecho de que nos enfrentamos a lo que Vandana Shiva definió correctamente como una triple crisis. Una crisis que amenaza gravemente a nuestro planeta y, con él, a todo el sistema alimentario.

La primera crisis afecta al ecosistema. Los signos de este estado de crisis pueden resumirse de la siguiente manera:

• La grave erosión de la biodiversidad y la desaparición de especies;

• El cambio climático, la inestabilidad climática y la ocurrencia de fenómenos meteorológicos extremos;

• La erosión del suelo, la degradación de las tierras y la desertificación;

• El agotamiento de los recursos hídricos y la contaminación del agua;

• La propagación de residuos tóxicos por todo el sistema alimentario.

La segunda crisis afecta a la salud pública y se manifiesta con toda su crudeza en la propagación del hambre, la desnutrición y las epidemias de enfermedades crónicas no transmisibles.

En fin, la tercera crisis afecta a los medios de vida de los agricultores y se manifiesta en el creciente endeudamiento de los pequeños agricultores (que se hizo público tras la ola de suicidios entre los agricultores indios), causado por el alto coste de los insumos o por la reubicación forzosa a otras zonas geográficas a causa de la degradación de las tierras, la desertificación y la escasez de agua.

Lo que el planeta se ve obligado a soportar, por lo tanto, es el efecto pernicioso de un enfoque defectuoso tanto en su contenido como en su implementación.

Como se señala en el informe de la IAASTD (International Assessment of Agriculture Knowledge, Science and Technology for Development), el enfoque de la producción agrícola deberá reformularse radicalmente si realmente nos interesa combatir la pobreza y el hambre, y si realmente nos interesa garantizar un crecimiento sostenible capaz de evitar el colapso ambiental y reducir la vulnerabilidad social y económica de las poblaciones de los países en desarrollo.

Este informe se centró en la necesidad de un cambio de rumbo decisivo, especialmente en relación con ciertos indicadores y parámetros que ponen de relieve la crisis ambiental:

• Degradación del suelo y el consiguiente agotamiento de nutrientes;

• Salinización, que compromete la fertilidad y la productividad del suelo;

• Pérdida de biodiversidad (tanto superficial como subterránea) y sus funciones agroecológicas asociadas;

• Reducción de la calidad, la disponibilidad y el acceso al agua;

• Aumento de la contaminación del aire, el agua y el suelo.

Todos estos factores están directamente relacionados con la adopción de un modelo de producción agrícola centrado en el rendimiento y la productividad, centrado en una gama limitada de cultivos.

La preferencia por esta estrategia depredadora del suelo forma parte de un paradigma científico muy específico. Esta consideración es relevante no solo desde una perspectiva agroecológica, sino también filosófica y epistemológica. En la raíz de esta estrategia, de hecho, se encuentra una cosmovisión particular y una determinación igualmente específica del tipo de relación entre los seres humanos y el medio ambiente. Visto así, lo que parece prevalecer es la legitimación de una forma de dominación sustentada en la ilusión de poseer una capacidad integral de control sobre cada fase del proceso de producción. Esta visión miope y, en muchos aspectos, arrogante, no considera la naturaleza compleja e interconectada del sistema mundial, lo que repercute y amplifica el estado de crisis.

Ignorar la complejidad de las relaciones que animan todo el ecosistema —y que también están presentes en el contexto sociopolítico— afecta la coherencia real de la producción y las decisiones y estrategias políticas.

El enfoque agroecológico propuesto por Vandana Shiva y la organización internacional Navdanya (palabra que significa 9 semillas) es complejo y multifacético, y busca transformar esta relación. El objetivo fundamental es revitalizar el modelo de producción agrícola orgánica, reconociendo el valor y el papel que un conocimiento profundo del suelo y el paisaje puede desempeñar en la protección y mejora del ecosistema, y ​​como herramienta para la emancipación y liberación de las limitaciones y la dependencia de los agricultores de los modelos de producción convencionales.

Para comprender mejor el marco en el que opera este enfoque, es necesario centrarse en dos conceptos específicos: diversidad y restitución.

Estos términos desempeñan un papel importante no solo en el contexto económico y productivo, sino que también pueden considerarse conceptos clave desde una perspectiva filosófica y política, permitiendo una comprensión más clara y fundamentada de la realidad contemporánea.

La referencia a la diversidad, y más específicamente a la biodiversidad, es un paso esencial en el desarrollo de un nuevo enfoque productivo social y económicamente sostenible y armoniosamente conectado con el ecosistema. Asimismo, la idea de restitución restablece, al menos en parte, cierto grado de simetría en la relación entre la humanidad y el medio ambiente.

Vivimos en una época en la que las ideas de dominación, opresión y aniquilación del otro se están convirtiendo en el léxico predominante en las relaciones entre individuos e instituciones políticas. Esta actitud solo conduce al aislamiento y nos debilita e incapacita para superar las crisis que se avecinan. Oponerse a esta deriva depredadora es, por lo tanto, una responsabilidad política y ética inaplazable.

* Funded by the European Union. Views and opinions expressed are, however, those of the author(s) only and do not necessarily reflect those of the European Union or HORIZON-MSCA-2023-Staff Exchanges JUSTLA – Justice in the XXI Century: A Perspective from Latin America, Grant Agreement: 101183054. Neither the European Union nor the granting authority can be held responsible for them.

** Este texto não reflete necessariamente as opiniões do Boletim Lua Nova ou do CEDEC. Gosta do nosso trabalho? Apoie o Boletim Lua Nova!


[1]Profesor asociado de la Universidad de Catania

Revista Lua Nova nº 120 - 2023

Direitos em Disputa

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