Paulo Ravecca[1]
Emiliano Robaina[2]
Facundo Zannier[3]
10 de marzo de 2025
Mientras escribimos estas líneas, la CBC emite programas sobre cómo sería una invasión estadounidense a Canadá y sobre si ésta se convertirá, o no, en el estado 51, tal como lo desea—o manifiesta desear—Donald Trump. Los canadienses están viviendo una pesadilla de tintes surrealistas que no solamente lacera su autoestima nacional, sino que también pone en tela de juicio las narrativas que el mainstream académico y periodístico ha promovido sobre el país durante décadas. Canadá—ni tan a salvo ni tan diferente a esos países que se nombran con pena en los noticieros. Este trastocamiento del sentido de realidad tiene, sin dudas, repercusiones profundas.
Al mismo tiempo—ahora mismo—en la otra punta de las Américas, el presidente de Argentina, el libertario Javier Milei, se ve sumido en un escándalo internacional por promover una criptomoneda utilizada en una estafa de proporciones. Para colmo, circuló una versión sin editar de la entrevista en que Milei explica su versión de la situación donde queda en evidencia la connivencia entre el gobierno y el periodista Jonatan Viale. Resulta difícil evitar pensar que este episodio revela un modus operandi que va mucho más allá del periodista en cuestión.
¿Cómo se pudo llegar, en norte y sur, a esta realidad distópica donde un genocidio es considerado una oportunidad para el desarrollo inmobiliario[4] y donde, un día sí y otro también, el Estado de derecho es atacado con furia desde adentro en nombre de la libertad?
Nuestro artículo publicado en la última edición de Lua Nova: Revista de Cultura e Política contribuye a esclarecer este complejo panorama.
Nuestro argumento es que el auge global de la extrema derecha solo puede comprenderse si se suspende la ilusión de que ésta es una anomalía o el otro-radical de la democracia, el liberalismo, la globalización y la modernidad. La extrema derecha no simplemente rechaza o se opone a las concepciones convencionales de democracia o a la política de la identidad, sino que, más bien, las apropia, las transforma (cuando es necesario) y las instrumentaliza. Por esta razón, la mera oposición basada en el supuesto irreflexivo de que existe una alternativa a la extrema derecha moralmente justa y anclada en la verdad está destinada al fracaso político y teórico.
El patriarcado, la xenofobia y el odio hacia la igualdad están entrelazados al funcionamiento ‘normal’ de la sociedad y del Estado nación. Esto no es nuevo: cualquiera que haya leído con atención a pensadores como John Locke, John Stuart Mill o los federalistas sabe que el racismo y otros rasgos que hoy nombramos como ‘de extrema derecha’ han formado parte de las dinámicas internas del liberalismo desde siempre.[5]
A lo que asistimos hoy, más que a una batalla entre democracia y autoritarismo como suele pensarse, es a la revelación de lo obvio: la democracia liberal siempre ha estado anclada en órdenes sociales jerárquicos y, por ende, ‘antidemocráticos’. La ultraderecha está ganando en la democracia, no contra ni por fuera de ella. La democracia tal cual la conocemos es parte del problema, no de la solución.
Para entender el ascenso global de la ultraderecha es necesario deshacernos de los apegos a la inocencia (Ravecca y Dauphinee, 2022). Esto significa atrevernos a mirar cómo diversos discursos académicos y fuerzas políticas que, por cierto, incluyen a los gobiernos de centroizquierda en el Cono Sur y a los Demócratas en Estados Unidos, contribuyeron a crear las condiciones para que dicho ascenso ocurriera.[6] Cabe preguntarse, incluso, qué función cumple la espectacularización de la extrema derecha en que incurre frecuentemente la academia, donde existe toda una industria montada sobre el tema.
En síntesis, la extrema derecha constituye una radicalización de los aspectos más opresivos del statu quo, no una ruptura con él. Por esto, su auge es una oportunidad para la autocrítica y para una comprensión profunda de la sociedad contemporánea: ¿Estamos dispuestos a mirarnos en este espejo inquietante sin protegernos de lo que vemos?
La segunda parte del artículo enfatiza el valor analítico universal de las experiencias políticas del sur y, en diálogo con la literatura académica argentina, propone una interpretación propia de Javier Milei.
Desde nuestra perspectiva, el discurso libertario de Milei es política y culturalmente relevante y no debe ser reducido a una simple imitación de las extremas derechas del norte. Su liderazgo ha contribuido a redibujar los límites de lo posible, facilitando la articulación de una coalición transnacional contra el feminismo, la diversidad sexual y la izquierda. En este sentido, epitomiza lo que Marcela Schenck y Paulo Ravecca denominan interseccionalidad de derecha (Ravecca et al., 2022). En Milei, el asalto a la igualdad en nombre de la libertad deviene en una cruzada religiosa.
Milei y el estadio teológico del neoliberalismo
Adam Kotsko ha conceptualizado al neoliberalismo como una teología política en la cual si alguien hace un mal uso de su libertad ‘cae’ y se transforma en demonio (Kotsko, 2018). En este marco, la desigualdad no solo es natural y justa, sino que el éxito y el fracaso en el mercado revelan quiénes somos y cuánto valemos. Milei nutre esta historia con un protagonista central que nos visita desde el mismo infierno: la casta.
La casta es un grupo heterogéneo que incluye a políticos, feministas, activistas por la diversidad sexual, defensores de los derechos humanos, burocracia estatal, entre otros. Puede decirse que incluye a todo aquello que obstaculiza el reino de la libertad en la tierra, tal como lo concibe Milei. Nótese que el término ha sido magistralmente elegido: el de castas es un sistema de desigualdad cerrado, o sea, sin movilidad ascendente. Por lo tanto, el concepto aplicado a la realidad argentina apunta a que la casta deforma al capitalismo, transformándolo en un sistema de estratificación impermeable al mérito. Para ello utiliza artilugios como la “justicia social” y otros ingenios malignos. Como la manzana, la casta tienta y engaña para transformar al capitalismo en socialismo. En nombre de la bondad genera pobreza, miseria y exclusión.
Para Milei, quien se define como el primer presidente libertario en la historia de la humanidad, el mercado es creación de Dios y, por lo tanto, no conoce de fallas. Las penurias sociales y económicas son culpa de las estafas y de las conspiraciones infernales de la casta. De este modo, ésta media entre los individuos y su suerte: quienes hasta ahora han fracasado económicamente pueden elegir a quién culpar de un variado menú de chivos expiatorios. En otras palabras, la casta permite diferir continuamente el juicio final y otorgar un sentido a tiempos de carencia. La culpabilización de la gente es postergada a través de la demonización de la casta. Así, la figura de la casta permite la intersección entre libertarianismo y populismo.
Es importante destacar que, en el caso de Milei, la teoría no precisa introducir las categorías teológicas porque lo hace él mismo de forma explícita y constante. En su discurso la interseccionalidad de derecha—o sea, la movilización de intersecciones entre identidades, temas y causas en clave ultraconservadora y en defensa de la desigualdad—deviene en una batalla entre las fuerzas del cielo y las fuerzas del mal. Dios es libertario. El diablo es socialista, feminista y homosexual.
Como todo discurso que funciona, el de Milei es verosímil.
Como ha señalado Olúfẹ́mi O. Táíwò las élites son un obstáculo para la igualdad (O. Táíwò, 2022). Éstas se han apropiado de todo, incluyendo los discursos emancipatorios y lo que los estadounidenses llaman identity politics. La insistencia en el statu quo o la promoción de reformas mínimas genera irritación, especialmente cuando desde una épica moralista y narcisista se exagera su alcance y su valor. La observación sin duda aplica a la política latinoamericana contemporánea: “casta” tiene su momento de verdad.
¿Y la ideología (de izquierda) dónde está?
¿Qué alternativa ofrecen las izquierdas en este momento? ¿Qué formas de solidaridad política inter o transidentitaria e internacional están emergiendo, si es que está emergiendo alguna?
Solamente con mirar los datos sobre cambio climático o el rol del dinero en la democracia actual, resulta evidente que no podemos seguir caminando por la misma senda. Los modelos dominantes nos están conduciendo a una verdadera distopía. Más que nunca, urge cambiar el mundo. Sin embargo, una cacofonía de tonos liberales, esencialistas y moralistas parecen estar bloqueando la creatividad ideológica en la izquierda.
No es descabellado imaginarse a Michelle Obama en una nave espacial con otros ultrarricos escapando del fin del mundo, disfrutando de un cóctel, orgullosa de que logró un 0.5% de cuota para las minorías. Y por casa no andamos mejor. Entre dogmatismos que confunden “pensamiento crítico latinoamericano” con la defensa de gobiernos y políticos corruptos e impresentables, secesionismos identitarios, y tecnocracias sin alma que asocian lo radical a lo dogmático, no vamos a llegar muy lejos.
Por su parte, la democracia que nos enseñaron en las aulas de ciencia política hace una militancia absurda de la imposibilidad de decidir sobre qué, cómo y cuánto producir, quién se queda con qué, y cómo distribuir el poder. Insistir en esta misma receta servirá únicamente para empeorar las cosas.
El desafío que queda abierto es construir una alternativa radical capaz de disputar el sentido de la vida social y la imaginación política. En ese proyecto colectivo entran todes quienes apuesten por vivir en una sociedad menos mediocre y cruel. Nuestro aporte a esa conversación es modesto y puede resumirse así: solo cuando deja de ser mera rúbrica, se vuelve praxis del pensamiento, y se hace allí donde duele, la autocrítica logra captar las complejidades del poder.
*Este texto no refleja necesariamente las opiniones de Boletim Lua Nova o CEDEC. ¿Te gusta nuestro trabajo? ¡Apoya el Boletim Lua Nova!
Bibliografía
KOTSKO, A. 2018. Neoliberalism’s demons: on the political theology of late capital. Stanford: Stanford University Press.
RAVECCA, P.; SCHENCK, M.; FORTEZA, D.; FONSECA, B. 2022. Interseccionalidad de derecha e ideología de género en América Latina. Analecta Política, v. 12, n. 22, pp. 1-29.
RAVECCA, P.; DAUPHINEE, E. 2022. ¿Qué queda para la crítica? Sobre los peligros de la inocencia en tiempos neoliberales. Las Torres de Lucca: Revista Internacional de Filosofía Política, v. 11, n. 2, pp. 357-370.
O. TÁÍWÒ, O. 2022. Elite capture. How the powerful took over identity politics (and everything else). London: Pluto Press.
[1] Paulo Ravecca trabaja en el Departamento de Ciencia Política y Estudios del Desarrollo Global de Saint Mary’s University. Su agenda de investigación moviliza distintas vertientes del pensamiento crítico para explorar desafíos de la política contemporánea. Su trabajo ha aparecido en International Political Sociology, Globalizations, Science in Context, Revista de Ciencia Política, y Las Torres de Lucca, entre otras revistas académicas. Ravecca es autor de The Politics of Political Science: Re-Writing Latin American Experiences.
[2] Emiliano Robaina es licenciado en ciencia política por la Universidad de la República.
[3] Facundo Zannier es licenciado en ciencia política por la Universidad de la República y maestrando en ciencia politica por la Universidad Nacional de San Martín.
[4] Nos referimos a la intención de Donald Trump de transformar Gaza en la Riviera de Oriente Medio.
[5] Como no podía ser de otra forma, la naturalización de la desigualdad ha involucrado, e involucra, al conocimiento académico. Por ejemplo, buena parte de la ciencia política ha trabajado duro para oscurecer las dimensiones antidemocráticas del neoliberalismo.
[6] Los Demócratas no son diferentes a los Republicanos en creerse superiores al resto del mundo, por ejemplo, y esto se filtra de formas sutiles incluso en la teoría crítica en boga y en las dinámicas académicas. Creer que se es superior a otros no es una buena receta para la democracia.
Fuente: https://x.com/ElTrumpista/status/1764858473815126309 Javier Milei blandiendo una motosierra con la frase “¡Viva la Libertad, Carajo!” (su expresión característica) frente a puertas marcadas con el nombre de instituciones públicas argentinas, con sangre saliendo desde detrás de ellas.